sábado, 26 de noviembre de 2011

Tú eres yo...

 © Guillermo Asián

El hombre fotografiado yacía en el suelo de un parque de mi ciudad, rodeado de gatos y  de bolsas de plástico. Lo encontré accidentalmente al adentrarme en el jardín, buscando un buen ángulo para fotografiar unos árboles.
Dormía profundamente sobre el césped, al abrigo de las miradas, tras unas plantas decorativas. Al principio pensé en pasar de largo porque me pareció que de algún modo estaba invadiendo su intimidad, pero después me dejé llevar por el impulso de hacer unas fotos de la escena que documentaran, una vez más, la terrible situación en la que se encuentran tantas personas que malviven en esta ciudad, cada día más deshumanizada.

Creo firmemente que las fotografías de reportaje en las que se muestran situaciones descarnadas, por más desagradables que nos parezcan, no dejan de ser documentos que describen fielmente la realidad, y que desgraciadamente esa realidad no parece afectar socialmente en la medida que debiera, provocando tanto malestar como para revelarse contra un estado de las cosas a todas luces injusto. Igualmente sé que parte del público rechaza estas imágenes, tachando duramente a los fotógrafos que las realizan de carroñeros oportunistas.
He decidido publicar este primer plano porque no tengo ninguna duda de que con ello contribuyo a renovar una larga y desatendida llamada de atención y socorro.
Es mucho más descriptivo por la fuerza del gesto que miles de bolsas de basura flotando en el mar.

martes, 22 de noviembre de 2011

El caminante sobre el mar de nubes



"El caminante sobre el mar de nubes" (en alemán, Der Wanderer über dem Nebelmeer), se trata de una de las obras del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. Se trata de un óleo sobre tela que mide 74,8 centímetros de ancho por 94,8 centímetros de alto, que data del año 1818. Actualmente se conserva en el Kunsthalle de Hamburgo (Alemania).
La obra representa a un viajero, al que se ha identificado con el propio Friedrich, que se encuentra de pie en lo alto de una montaña elevada, mirando un mar de nubes que queda debajo. El viajero se encuentra de espaldas. Viste de negro. Adelanta una pierna y se apoya en un bastón. Se pueden ver los picos de otras montañas que aparecen entre la niebla, mientras que una cadena de enormes montañas ocupa el fondo. La gran extensión de cielo, sobre las montañas del fondo, cubre gran parte del cuadro. Se trata de un paisaje de Sajonia.
Esta obra de arte está creada teniendo en cuenta las convenciones de género, tanto del Romanticismo como del paisaje. La obra, de esta manera, no se diferencia de otras obras de Friedrich, que parecía sentirse atraído con la idea de ver y experimentar la naturaleza en lugares aislados y maravillosos: al borde del mar o de los lagos, en la cima de las montañas o en lo alto de una cascada.
La obra de este pintor tiene un gran carácter simbólico, y de todos los elementos de este cuadro se pueden deducir diferentes interpretaciones. Algunas aluden a que el mar de nubes representaría la inmensidad del universo frente a la pequeñez del hombre. La naturaleza se regenera, pero el hombre es mortal. Se pretende transmitir el sentimiento de lo sublime, la impresión de magnificencia y sobrecogimiento que produce la naturaleza en toda su grandeza. El hombre de espaldas parece recordar, sumido en la contemplación, su propia mortalidad.

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El viaje a ninguna parte
 El viaje permanente, la búsqueda y la aventura. El fin de todo viaje es el tránsito, llegar no es lo prioritario. El complemento de esta aventura es el disfrute de encontrar. Estas fotografías, junto a la  pintura  de Caspar David Friedrich, son testigos de una calmada observación. Que las disfruten.

 






   Fotos: © Guillermo Asián

jueves, 10 de noviembre de 2011

Después...

 © Guillermo Asián

Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.
Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, 
que hace un instante, en desorden, como lumbre cantaba.
El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua,
para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,
convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.
Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,
se sabe que la amada persiste en su vida.
Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza
al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas la miramos, 
reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida,
la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,
opulento de su sangre serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie,
y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido,
y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor, que allí lúcido vela.
En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.
Después del amor
Vicente Aleixandre